Veteranos del «Día de la cultura» reflexionan
sobre la oportunidad y dificultades de recuperar una fiesta que nació
contra la dictadura y con mucho trabajo voluntario
J. L. ARGÜELLES
En el verano de 1972, cuando el general Franco concentraba aún todo el
poder del régimen construido desde la derrota republicana en la Guerra
Civil, las gentes del clandestino PCE decidieron apostar una vez más por
la audacia. El reto consistía en ganar algún espacio, por mínimo que
fuera, a la férrea línea de la permisividad gubernamental. Fue una
apuesta por poner en marcha lo que pocos se atrevían siquiera a pensar. Y
así surgió el «Día de la Cultura», que se celebró por primera vez el 10
de septiembre de aquel año en la carbayera de Los Maizales, en la
parroquia gijonesa de Cabueñes, en el barrio de Cefontes. Nació como un
medido gesto de rebeldía antifranquista, como fiesta de prau para
demócratas vigilados por la Guardia Civil, como ejercicio práctico de lo
que se conocía -con retórica de aquellos años- como la «alianza de las
fuerzas del trabajo y la cultura». Y feneció transcurrida una década
larga, en 1984, dos años después del triunfo electoral de los
socialistas y cuando la transición democrática había dado ya con sus
propias fórmulas culturales y festivas.
La izquierda quiere regresar ahora a la pradería de robledal, castaños, arces y laureles de Los Maizales. Allí hay árboles centenarios, algunos ofrecen su gozosa sombra desde, al menos, el siglo XVI. En realidad, se llama carbayera del Tragamón y unas cuantas de sus hectáreas están incorporadas al Botánico de Gijón. Queda aún, sin embargo, carbayera suficiente para reunir a miles de personas, como hace treinta años, según aseguró esta semana Jesús Montes Estrada. Ex portavoz municipal y ex coordinador de IU, es uno de los miembros de la comisión que se reunió el pasado martes en la sede del Ateneo Obrero para recuperar, «sin nostalgias», el «Día de la Cultura». Junto a él, el cantante Chus Pedro, el escritor Maxi Rodríguez o el dramaturgo Eladio de Pablo, así como otras conocidas personas del mundo político, sindical o asociativo del Principado: Pedro Alberto Marcos, Luis Felipe Capellín, Manuel Villa, Fernando García Noval, Pablo Iglesias o Luis Pascual.
No hay melancolía en este intento de restaurar una de las señas perdidas de la izquierda asturiana, cuyo eco traspasó las fronteras regionales, según explicó Montes Estrada. Lo que plantea esta comisión es que hoy, al igual que al final del franquismo y en los primeros años de la democracia, «se pueden cambiar las cosas». Parece increíble que el fallecido José Afonso, el gran bardo portugués, entonara en Los Maizales, en agosto de 1974, «Grandôla, Vila Morena», la canción que en abril de aquel mismo año sirvió de consigna para desatar la Revolución de los Claveles. La idea que pone en marcha este nuevo «Día de la Cultura» es la de agrupar a todas las fuerzas que están en contra de los recortes y de la «dictadura de los mercados».
Y quieren que se celebre el próximo 11 de agosto, como en los viejos tiempos. Sonia Tuya Baragaño, directiva durante años de la Sociedad Cultural El Natahoyo, fundada en 1966 y la entidad que hizo de motor del primer «Día de la Cultura», cree que «puede tener sentido» la recuperación del festejo. «No lo veo mal, porque hay suficientes reivindicaciones», afirma. Explica que la fiesta se apagó porque «habían cambiado los tiempos, después de que se fueron conquistando parcelas de libertad». Aún recuerda cómo los guardias civiles vigilaban todas las caleyas en 1974: «Estábamos sitiados». El historiador Luis Miguel Piñera, que trabajó activamente en varias ediciones de aquella cita, tiene su diagnóstico sobre el final de un festejo que se financiaba con una pegatina que costaba cincuenta pesetas, más el trabajo desinteresado: «Murió porque el país iba ya por otro lado».
Hay una coincidencia general en que hubo dos personas fundamentales en la organización del «Día de la Cultura», paradigma de ese «voluntarismo» sin el que la fiesta no hubiera sido posible. Eran Óscar Roza Riera y Joaquín Fernández Espina, ya fallecidos. El primero, como presidente de la Sociedad Cultural de El Natahoyo; el segundo, desde la Sociedad Cultural Pumarín, como movilizador de sus compañeros de Mina La Camocha para hacer la «barraca» que servía de bar. El entramado asociativo lo completaban la Cultural Gijonesa y más tarde Gesto. Y estaba asegurada, por el compromiso del PCE, la participación de otras entidades que esta organización tutelaba en distintas zonas de Asturias: Amigos de Mieres, Amigos del Nalón, La Amistad (El Entrego), Delta (Avilés) o la la Cultural Ovetense.
Santi Martínez fue durante años el encargado de los micrófonos del escenario del «Día de la Cultura», junto a Juan Otero. Le parece bien que haya un grupo de personas que quieran recuperar aquella jornada, pero tiene dudas de que ese deseo pueda materializarse. «En aquel momento el nivel de voluntad y de compromiso político era muy alto; fuimos muchas las personas que de manera desinteresada participábamos en aquello». Y añade: «La prioridad tiene que ser sumar fuerzas, sin excluir a nadie». Fue uno de los que abandonó con Vicente Álvarez Areces la traumática conferencia que los comunistas asturianos celebraron, en marzo de 1978, en Perlora. Hay quien opina que aquel enfrentamiento tuvo repercusiones en el «Día de la Cultura». El ex presidente del Principado y ex alcalde de Gijón pastoreó durante años, cuando era dirigente comunista, muchas de las actividades relacionadas con una fiesta por la que pasaron Víctor Manuel, Ana Belén, Chicho Sánchez Ferlosio, Rosa y Julia León, Ricardo Cantalapiedra, Quintín Cabrera o Raimón, entre muchos otros, incluidos los asturianos «Nuberu», Julio Ramos o el ahora concejal de Cultura de Gijón por Foro, Carlos Rubiera.
Hay quien afirma que el «Día de la Cultura» llegó a congregar en alguna edición a cien mil personas; treinta mil puede ser una cifra razonable, dicen otros. Eleña de Uña, militante socialista que participó activamente en la organización del encuentro hasta 1984, ve difícil que una comisión pueda organizar en tan poco tiempo una cita tan compleja como aquella, en la que trabajaban gratis más de un centenar de voluntarios. Y recuerda con desazón que la última edición arrojó un déficit de un millón de pesetas. Se salvaron los muebles por las donaciones de obra de varios artistas.